W. H. Sheldon y su teoría de los temperamentos

DESPUÉS DE UN CUIDADOSO registro de rasgos frecuentes, fruto de centenares de encuestas personales y muy detalladas, Sheldon llegó a la conclusión de que los temperamentos humanos dependen de la combinación de tres modelos o tipos básicos de personas. Él pensaba que esto tenía un anclaje biológico y fisiológico, por lo que a cada uno de estos tres tipos correspondía una forma de ser incluso visible en la anatomía de cada persona.

Por lo cual, el factor genético pasaría a ser de primordial importancia a la hora de evaluar la posibilidad de desarrollo de un temperarmento particular. Los tres esquemas básicos coinciden más o menos con la hipocrática (clásica) teoría de los humores, que divide a los hombres y mujeres en: a) flemático + sanguíneo, b) colérico y c) melancólico.

Cada uno juzgue si el amigo Sheldon tenía o no razón; yo voy a incluir las imágenes prototípicas, simplemente porque tienen su gracia.

El primer temperamento son los sociables, comilones y dormilones. Aman la conversación. Cuando tienen cuitas que lamentar, se sientan y vacían el contenido de su alma, infinitamente. Si su mundo ideal pudiese representarse, sería una mesa bien abastecida con mucha gente cómoda y amable alrededor, en profunda confianza, y sin ningún reloj que marque las horas. Son lentos, deliberados, de maneras suaves, a menudo algo torpes e inertes, como si estuvieran a punto de dormirse, con sus párpados pesadamente moviéndose sobre sus ojos, por lo común enormes y transparentes. Prefieren las cosas elementales y sencillas. Suelen ser, en política y en moral, conservadores y «oficialistas»: están «donde calienta el sol» de las presencias mayoritarias -son factores «aglomerantes», típicos animales de rebaño.

Su mente da la sensación de estar parada como los relojes que ellos tienden a idealizar; sin tonicidad, sin «nervio», sin fuego ni pasión. El famoso Buda sentado sobre la Tierra ejemplifica bien esta forma de vida humana, cuya búsqueda se orienta al reposo, a la imperturbabilidad, a la comunión con la naturaleza (llamada la Madre Tierra), a la falta de inquietudes y de motivos que den lugar a la acción. Son chismosos, y derivan la percepción de los caracteres y de las sociedades de lo que la gente dice sobre ello. Acuden a buenas fuentes. Siempre saben orientarse sobre la importancia relativa de cada persona, y respetan a rajatabla los esquemas y el orden establecido. Son genuflexos, zalameros y obsecuentes ante los que ostentan cargos, riquezas y posición.

Aman la belleza, la armonía, la comodidad, todo lo «clásico». Son típicamente convencionales y poco amantes de los grandes innovaciones -son «continuistas», aman todo lo que se desliza con suavidad y fluidez. Tienen unas voces a menudo de gran potencia y hermoso timbre y ricos armónicos. Su edad preferida es la infancia, y su gran horror, la perspectiva del final de la vida.

Sheldon los llama «viscerotónicos» o endomórficos, porque la digestión es su mayor fuerza (tienden a engordar mucho, con los años). Son valientes, son del tipo de los que «hacen de las tripas corazón». En situaciones de crisis extrema, conservan el aplomo y la cabeza en su sitio; no entran en pánico ni se ponen en piloto automático ni se quedan estupefactos tratando de comprender lo que pasa. Su mente jamás emprende el vuelo, sino que reposa sobre los hechos concretos. Son grandes realistas.

El segundo temperamento son los belicosos, dominadores, generosos, candoros, ciclotímicos, hiperactivos, docentes, apóstoles, fogosos, ambiciosos y conquistadores. Aman la acción. Su mundo ideal es una batalla en la que el reposo da lugar inmediatamente a nuevos sobresaltos que permitan mostrar el vigor de su musculatura, turgente, poderosa, bien adaptada. De jóvenes tienen un físico espléndido, si bien tienden con los años a «entrar en carnes». Suelen ser puntuales, regulares, predecibles, un poco aburridos; su mente parece por momentos un catálogo de lugares comunes: tales son de convencionales y «normales».

Desde muy chicos, se los ve extrañamente maduros, aunque idealizan la juventud, y en realidad se sienten siempre de la misma edad, cercana a los 25 años en sus mentes. Los deportes, la competencia, la búsqueda de las miradas de los demás, la vanidad incoercible, una cierta falta de sentido de la vergüenza y del ridículo, son características de ellos y ellas. Se lanzan hacia todo lo que represente peligro y posibilidad de gloria. Como líderes (ellos son los líderes de todo rebaño) pueden ser despóticos e insensibles (no son crueles, porque son incapaces de ponerse en lugar del otro); raras veces son ineficaces.

Como políticos, pueden ser demagógicos; quieren ser aprobados por todo el mundo. Adoran la elocuencia, la pomposidad, todo lo grandilocuente, la oratoria... Algo muy típico de ellos (y ellas) es su voz: una voz siempre de larguísimo alcance. Incluso cuando susurran, el contenido de lo que dicen es percibido y comprendido a muchas decenas de metros de distancia. Es sencillo hacer una prueba, y prestar atención a las voces que se destacan siempre por encima de la media. Casi seguro que pertenece a un miembro de segunda componente dominante.

Su infierno es la insignificancia –por lo común, sienten que la gente no les da la importancia que ellos merecen-. Suelen soñar con un futuro en el que las estatuas en honor a ellos apenas permitan el paso de la posteridad. Con toda seriedad, quieren «dejar una huella» que sea perdurable. Su horror no es la muerte, sino la vejez que impide la acción.

Pueden ser idealistas durante su juventud; en general, tienden al pragmatismo. Dicen: «¡Las cosas se hacen así! ¡Y no malgastemos más tiempo en palabras! ¡Al grano!»

Comen mucho, y velozmente, como los perros -problemas: úlceras, apendicitis, hipertensión. Tienen malas defensas. Son los que llevan en su historial médico, el catálogo de todas las enfermedades infecciosas existentes.

Forman hábitos con excesiva rapidez: se envician enseguida (el hábito, así como los narcóticos y el fanatismo, cumplen el papel de inhibir cualquier reflexión -componente cerebral- que pueda interponerse ante la acción). Ante la sexualidad, proceden, al principio, con pasión: se entusiasman como los cazadores; cuando logran la «presa», el interés decae. Suelen ser obscenos y mal hablados. No reprimen en absoluto. Aman la desnudez y a veces incluso el exhibicionismo procaz.

En situaciones de crisis extrema, entran en shock, y semejan caballos desbocados. Su mente, de por sí nublada por la ansiedad y el apasionamiento, queda anulada a favor del componente puramente instintivo y muscular. El stress es característico de ellos, y su tendencia a arreglar los problemas mediante grandes inversiones de fuerza y energía: suelen irse de viaje, gastarse todo el dinero en pocas horas, pelearse y gritar, insultar a un cualquiera de la calle, hacer demostraciones ruidosas y desacompasadas… Tal es su forma de recuperar el equilibrio perdido.

Sheldon les da el nombre de «somatotónicos» o mesomórficos. Como en los perros guardianes o en los briosos corceles, su mayor fuerza está en su soma, en su cuerpo físico, por lo general esbelto y espléndido.

El tercer temperamento son los intelectuales puros. Son solitarios, inexpresivos, impredecibles, individualistas, amarretes (Shylock, de Shakespeare), amantes de la pobreza, hoscos, enemigos de la multitud (elitistas natos); abominan tanto de mandar como de sujetarse al mandato ajeno (rebeldes). Glorifican la creatividad y la originalidad. Anhelan pasar desapercibidos (suelen sentir que la gente los observa en demasía).

Su mente se vuelca por completo a las cosas o a los conceptos, y va progresivamente dejando de lado a las personas. Remonta un vuelo a veces demasiado alto. Se meten en complejidades enmarañadas de las que no salen sino después de mucho tiempo -detestan las cosas claras y sencillas; aborrecen la grandilocuencia, pues ellos son gente sensible y exquisita que saben captar las señales más tenues y reinterpretarlas con acierto. La oratoria y los actos públicos y multutudinarios, parecen a ellos un carnaval de la estupidez, el ruido y el embrutecimiento voluntario.

Sus amistades es raro que superen las dos personas. Tienen un pésimo sentido de la orientación con relación a la realidad, porque su corazón está próximo a sus fantasmagorías y deseos subjetivos, los cuales obstruyen su comprensión de lo real: y ni que hablemos de su comprensión de la gente común de la calle. Son rebeldes, revolucionarios natos, conspirativos, idealistas a tiempo completo, amantes de las causas perdidas, quijotescos, quimeristas, soñadores hasta la esquizofrenia, una caja de sorpresas hasta para sus familiares directos.

Eso sí: la valentía y las decisiones firmes no son su fuerte. Suelen demorar años en hacer lo que otros temperamentos liquidan en pocos minutos. Sus reacciones son extremadamente rápidas y virulentas (son intolerantes); pueden enfermar de amor hoy, y mañana ser fríos e insensibles con relación a la misma cosa. Su mente es un modelo de libertad espiritual (son curiosos hasta la insensatez), aunque también suelen estar martirizados, atravesados (como un San Sebastián) por las objeciones que le envía su propia polémica interna. Se avergüenzan con enorme facilidad y rapidez, y en tales circunstancias se los ve confusos, presa de la «fiebre del gamo»; viendo con demasiada agudeza la enorme cantidad de opciones que se les ofrece en cada situación, se quedan paralizados sin poder optar por ninguna.

El lema de ellos (y ellas) parece ser: «Nunca obres precipitadamente, antes de conocer perfectamente la situación; de hecho, si puedes postergar indefinidamente la respuesta de la decisión, ¡tanto mejor!»

Los caracteriza el famoso síndrome de Hamlet: exceso de conocimiento y de escrúpulos, carencia de decisión.

No son buenos ni como líderes ni como miembros del rebaño, sino más bien (cuando pueden) como gurúes y asesores de los demás temperamentos, siempre a título intelectual. Hipersensibles y alertas, compasivos aunque a veces también crueles, el fracaso les duele demasiado y tienen muy escasa energía y capacidad de reacción, por lo que rehuyen cuanto pueden el ver puestas a prueba sus ideas voladísimas sobre el acontecer del mundo.

Son impuntuales, poco madrugadores, comen poco y con escaso apetito, se acuestan tarde y duermen mal. Disponen de reservas energéticas escasas; una alegría o un dolor demasiado grande, los dejan exhaustos e inhabilitados para continuar la jornada.

La sexualidad es un azote, un dramático y vertiginoso pasaje del infierno y de la tortura de conciencia, al paraíso, para los atribulados que poseen este componente en alta medida. Aman, casi adoran la independencia intelectual; pero los afectos y los deseos son enemigos de la intelectualidad, «llevan a la gente a tomar decisiones idiotas». Son los favoritos del ascetismo y de la abstinencia absoluta (ejemplo, Brahms, Kierkegaard, o Borges…), como también los libertinos que solo pueden acreditar experticia en las artes amatorias. El tercero es el temperamento de mayor dotación sexual y sensual (las gruesas mujeres del segundo temperamento, lo saben bien, y raras veces dejan pasar un ejemplar de estos sin hacerse notar).

Su otra obsesión es la muerte y la disolución de la conciencia. Secreta, y a veces, públicamente, expresan su anhelo de morir -la muerte es vista como la redención final de los deseos que, cual olas furibundas, van a dar contra las frágiles defensas costeras interpuestas por la conciencia-. Edgar Allan Poe es un bonito ejemplar de esta manera de ser, en todo sentido… Son flacos, esmirriados, de aspecto inequívocamente juvenil, de estatura mediana o alta (las mujeres cerebrotónicas son pequeñísimas), algo encorvados, de nariz puntiaguda, mirada inquieta, «de pajarito», inquisitiva y turbia; sus voces son suaves y apagadas (pobres en armónicos, a veces chillonas), como si al hablar quisieran llegar únicamente al oído de quien tienen enfrente. Siempre están tensos, como si una catástrofe amenazara a la vuelta de la esquina. Pese a todo lo cual, son longevos y gozan de una excelente salud: suelen vivir más de 90 años. (El Papa Benedicto tiene componente cerebrotónico muy alto.)

Al afrontar un asunto que los supera (una muy buena o muy mala noticia), se retiran a su soledad húmeda y crepuscular, y rumian (con minuciosa crueldad o deleite) la cantidad de opciones que se les ofrecen a partir de ese momento…

Sheldon los llama «cerebrotónicos» o ectomórficos (son de nervios delicados y sensibles). Su mayor fuerza no reside en su cuerpo débil, reseco y encogido, ni en su carácter y temple del corazón, sino en sus mentes, a menudo brillantes.

Resumiendo:  

Primera componente, endomórfica. Finalidad de vida, la «comunión» con el rebaño, el reposo y la digestión. Edad ideal, la infancia. Temor: la muerte.

Segunda componente, mesomórfica, somatotonía. Finalidad de vida, la acción, la gloria, el sobresalir. Edad ideal, la juventud. Temor: la vejez y el anonimato (¡ay de los futbolistas retirados!: devienen amargados críticos de las nuevas generaciones).

Tercera componente, ectomórfica, cerebrotonía. Finalidad de vida, el conocimiento, la percepción y la comprensión. Edad ideal, la madurez tardía y la vejez. Temor: la enajenación, en general todos los peligros físicos, la acción.

El poder permanente del discurso sobre el sueño de King

La crítica literaria de ‘The New York Times’ analiza el histórico discurso (ver aquí en con subtitulado en español) y su influencia en ObamaImage

Cuando el día empezaba a declinar, en medio del calor, tras una larga marcha y una tarde de discursos sobre leyes federales, desempleo y justicia racial y social, el reverendo Martin Luther King subió por fin al estrado, delante del monumento a Lincoln, para dirigirse a la muchedumbre de 250.000 personas reunidas en el National Mall de Washington.

Empezó despacio, con una gravedad magistral, hablando de lo que suponía ser negro en Estados Unidos en 1963 y la “vergonzosa situación” de las relaciones entre razas 100 años después de la Proclamación de las leyes de emancipación. A diferencia de muchos de los oradores anteriores, King no habló de ningún proyecto de ley concreto de los que estaban en el Congreso ni de las demandas de los manifestantes. Lo que hizo fue situar el movimiento de los derechos civiles en el contexto general de la historia —el pasado, el presente y el futuro— y en la visión intemporal de las Escrituras.

El reverendo King estaba a mitad del discurso que había preparado cuando Mahalia Jackson —que unas horas antes había ofrecido una conmovedora versión del espiritual He sido rechazado y he sido despreciado— le gritó desde la tribuna de los oradores: “¡Háblales del Sueño, Martin, háblales del Sueño!”; se refería a una frase que él había pronunciado en ocasiones anteriores. Y el reverendo King dejó a un lado el texto de su discurso y comenzó una extraordinaria improvisación sobre el tema del sueño, que acabaría por convertirse en uno de los estribillos más conocidos del mundo.

Con su estrofa improvisada, el reverendo King entró de un salto en la historia, pasó de la prosa a la poesía, del podio al púlpito. Su voz se agrandó en un crescendo emocional mientras pasaba de una pesimista valoración de la injusticias sociales del momento a una visión radiante de esperanza, de lo que podía ser América. “Tengo un sueño”, declaró, “que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no se les juzgará por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Hoy tengo un sueño!”.

Muchos de los que se encontraban en la multitud esa tarde, hace 50 años, habían llegado en trenes y autobuses de todo el país. Muchos llevaban sombreros e iban endomingados —”Por aquel entonces”, recordaría después el líder de los derechos civiles John Lewis, “cuando iba a una manifestación, se ponía sus mejores prendas”,— y la Cruz Roja repartía cubitos de hielo para aliviar el sofocante calor de agosto. Aun así, pese al cansancio después de una larga jornada, todos quedaron absolutamente electrizados por King. Hubo un silencio reverencial cuando tomó la palabra, cuando empezó a hablar de su sueño, gritaron “Amén” y “Predique, doctor King, predique”, y en todo momento le respondieron, según su consejero Clarence B. Jones, “con todas las versiones imaginables de las exclamaciones que se oyen en una iglesia baptista, multiplicadas por mil”.

Podía sentirse “la pasión que le transmitía la gente”, escribió posteriormente James Baldwin, que se había sentido escéptico ante la marcha, y en aquel momento, “casi pareció que estábamos en una montaña y veíamos nuestro legado; quizá podíamos lograr que el reino se hiciera realidad”.

El discurso de Martin Luther King fue no solo el corazón y el pilar emocional de la marcha sobre Washington, sino la prueba del poder de transformación y la magia de las palabras de un hombre. Cincuenta años después, sigue siendo un discurso capaz de conmover hasta las lágrimas. Cincuenta años después, los escolares recitan sus frases más famosas, y los músicos las utilizan. Cincuenta años después, esas palabras, “Tengo un sueño”, se han convertido en el símbolo del compromiso de King con la libertad, la justicia social y la no violencia, y han inspirado a los activistas desde la plaza de Tiananmen hasta Soweto, desde Europa del Este hasta Cisjordania.

¿Por qué ejerce semejante poder el discurso del Sueño del reverendo King sobre personas de todo el mundo y sobre distintas generaciones? Su eco procede, en parte, de la imaginación moral de King. En parte, de su magistral oratoria y su don para conectar con su audiencia, ya fuera en el Mall aquel día, bajo el sol, o con quienes vieron el discurso por televisión, o quienes, decenios más tarde, lo ven en Internet. Y en parte, de su capacidad, desarrollada a lo largo de su vida, de transmitir la importancia de sus argumentos con un lenguaje rico, matizado y lleno de significados bíblicos e históricos.

Hijo, nieto y bisnieto de pastores baptistas, el reverendo King se sentía cómodo en la tradición oral de la iglesia negra, y sabía cómo interpretar a su público y cómo reaccionar en consecuencia; era frecuente que introdujera en sus sermones improvisaciones casi de jazz en torno a sus frases favoritas —como la secuencia del “sueño”—, en las que mezclaba sus propias palabras y las de otros. Al mismo tiempo, las sonoras cadencias y el vibrante lenguaje lleno de metáforas de la Biblia del rey Jacobo eran algo instintivo para él. Sus escritos estaban llenos de citas de la Biblia y de su vívida imaginería, y las utilizaba para situar los sufrimientos de los afroamericanos en el contexto de la Escritura, para dar a los negros que le escuchaban ánimo y esperanza, y a los blancos, un sentimiento visceral de identificación.

En su discurso del Sueño, el reverendo King alude a un famoso fragmento de la Epístola a los Gálatas, cuando habla de “ese día en el que todos los hijos de Dios —negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos— podrán unir las manos”. También trazó paralelismos, como en muchos de sus sermones, entre “el negro” que aún es “un exiliado en su propia tierra” y la situación de los israelitas en el Éxodo, que, con Dios de su parte, lograron liberarse de las penalidades y la opresión y escapar de la esclavitud en Egipto para dirigirse a la Tierra Prometida.

Todo el discurso de la marcha sobre Washington resuena lleno de ritmos y paralelismos bíblicos y erizado de una panoplia de referencias a otros textos históricos y literarios que su público debía de conocer. Además de las alusiones a los profetas Isaías (“Tengo un sueño, que un día todos los valles se elevarán y todas las colinas y las montañas descenderán”) y Amós (“No estaremos satisfechos hasta que la justicia fluya como el agua y la virtud como un río poderoso”), contiene ecos de la Declaración de Independencia (“los derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”), Shakespeare (“este sofocante verano del legítimo descontento del negro”) y canciones populares como la famosa “This Land is Your Land” (“Esta tierra es tu tierra”) de Woody Guthrie (“Que resuene la libertad desde las altas montañas de Nueva York”, “Que resuene la libertad desde las suaves pendientes de California”).

Estas referencias daban más amplitud y profundidad al discurso, igual que las numerosas alusiones de T. S. Eliot en The Waste Land (La tierra baldía) añadían contenido al poema. Martin Luther King, que poseía un doctorado en teología y durante algún tiempo había pensado en dedicarse a la universidad, tenía una gran influencia de su infancia en la iglesia de su padre y del estudio que había hecho posteriormente de pensadores tan distintos como Reinhold Niebuhr, Gandhi y Hegel. Con el tiempo, había desarrollado un talento para sintetizar ideas y motivos diversos y apropiarse de ellos, un talento que le permitía hablar a muchos públicos distintos al mismo tiempo, todo ello mientras hacía que ideas que podían ser radicales para algunos resultaran familiares y accesibles. Era un don en ciertos aspectos paralelo a sus dotes de líder del movimiento de los derechos civiles, encargado de mantener unidas a facciones muchas veces enfrentadas (de figuras más militantes como Stokely Carmichael a otras más conservadoras como Roy Wilkins) y encontrar la manera de mantener el equilibrio entre las preocupaciones de los activistas de base con la necesidad de labrar una alianza eficaz con el Gobierno federal.

Al mismo tiempo, King era capaz también de encerrar sus argumentos en un continuo histórico, otorgarles la autoridad de la tradición y el peso de la asociación. Para algunos de los que le escuchaban, la expresión de su sueño para Estados Unidos debía de evocar recuerdos conscientes o inconscientes del llamamiento que hacía Langston Hughes en un poema de 1935 a “dejar que América sea el sueño que soñaron los soñadores” y de la descripción de W. E. B. Du Bois sobre “la maravillosa América, que soñaron los padres fundadores”. Sus últimas frases en el discurso de la marcha sobre Washington procedían de un espiritual negro, y recordaron al público la fe en la posibilidad de la liberación que había sostenido a los esclavos: “Libres al fin, libres al fin; gracias, Dios Todopoderoso, somos libres al fin”.

Para quienes no estaban tan familiarizados con la música y la literatura afroamericanas, hubo referencias más inmediatas y patrióticas. Igual que Lincoln redefinió la visión de los fundadores de Estados Unidos en su discurso en Gettysburg al invocar la Declaración de Independencia, King, en su discurso del Sueño, hizo referencias a Gettysburg y a la Declaración. Esos ecos deliberados contribuyeron a universalizar los fundamentos morales del movimiento de los derechos civiles y subrayaron que sus objetivos no eran más revolucionarios que la visión original de los padres fundadores. El sueño de King para los “ciudadanos de color” de Estados Unidos no era ni más ni menos que el Sueño Americano de un país en el que “todos los hombres fueron creados iguales”.

En cuanto a la cita que hizo King del himno My Country, ’Tis of Thee (Mi país es tuyo) —que es casi un himno nacional oficioso, un canto que se saben de memoria hasta los niños—, fue una alusión a la patriótica fe de los activistas de los derechos civiles en el proyecto de reinventar América. Es posible que además le evocara a él recuerdos personales. La noche, durante el boicot a los autobuses en Montgomery, Alabama, en que su hogar sufrió un atentado que puso en peligro las vidas de su mujer, Coretta, y su hija pequeña, King, calmó a la muchedumbre que se había reunido delante de su casa y les dijo: “Quiero que améis a nuestros enemigos”. Al parecer, varios de sus seguidores empezaron entonces a cantar himnos, entre ellos My Country, ’Tis of Thee.

La marcha sobre Washington y el discurso del Sueño del reverendo King influyeron de forma decisiva en la aprobación de la Ley de derechos civiles de 1964, como la trascendental marcha de Selma a Montgomery que encabezó en 1965 daría un impulso fundamental a la aprobación, ese mismo año, de la Ley sobre el derecho al voto. Aunque King recibió el Premio Nobel de la Paz en 1964, su agotadora actividad (pronunciaba cientos de discursos al año) y su frustración con las divisiones en el movimiento de los derechos civiles y el aumento de la violencia en el país le provocaron un cansancio y una depresión crecientes hasta el momento de su muerte, asesinado, en 1968.

Saber que Martin Luther King dio su vida por la causa hace que la experiencia de oír hoy sus discursos sea aún más emocionante. Igual que recordar —hoy, en el segundo mandato de la presidencia de Barack Obama— la terrible situación de las relaciones entre las razas en los primeros sesenta, cuando las ciudades del Sur de Estados Unidos aún tenían segregación en las escuelas, los restaurantes, los hoteles y los aseos, además de discriminación en la vivienda y el empleo en todo el país. Solo dos meses y medio antes del discurso del Sueño, el gobernador George Wallace se había colocado en una puerta de la Universidad de Alabama para tratar de impedir que se matricularan dos estudiantes negros; al día siguiente, murió asesinado el activista de los derechos civiles Medgar Evers delante de su casa en Jackson, Misisipi.

El presidente Obama, que en una ocasión contó cómo su madre iba a casa “con libros sobre el movimiento de los derechos civiles, grabaciones de Mahalia Jackson y discursos del doctor King”, ha calificado a los líderes del movimiento de “gigantes cuyos hombros nos sostienen”. Varios de sus discursos están claramente en deuda con las ideas y palabras de King.

En su discurso ante la Convención Nacional Demócrata en 2004, que le dio a conocer al país, Obama evocó la visión de esperanza de King al hablar de “unirnos en una familia americana”. En su discurso de 2008 sobre la raza, habló, como había hecho King, de proseguir “por el camino de una unión más perfecta”. Y en el discurso que pronunció en 2007 para conmemorar la marcha de Selma en 1965, repitió las frases de King sobre el Éxodo y dijo que el reverendo King y otros líderes de los derechos civiles eran miembros de la generación de Moisés, que “señalaron la dirección” y “nos hicieron recorrer el 90% del camino”. Dijo que los miembros de su propia generación eran los herederos, la generación de Josué, con la responsabilidad de acabar “el viaje que había comenzado Moisés”.

Martin Luther King sabía que no sería fácil “transformar los ruidosos desacuerdos de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad”, unas dificultades que hoy persisten con los nuevos debates sobre las leyes de inscripción de votantes y la muerte por disparos de Trayvon Martin. Probablemente, el reverendo King no previó que un presidente negro celebraría el 50º aniversario de su discurso ante el monumento a Lincoln, y desde luego no pensó que él mismo tendría otro monumento a escasa distancia. Pero sí soñó con un futuro en el que el país emprendería “la soleada ruta de la justicia racial”, y profetizó, con una agridulce clarividencia, que 1963 era, en sus propias palabras, “no un final, sino un principio”.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/28/actualidad/1377702909_628035.html